Parte inferior de una pierna de mujer con un zapato rojo

El sastre de las sombras

Mónica Chamorro
Suburbano
Julio 15, 2013

Conocí a Rubén Varona en un bar de mala muerte, a mi entender el mejor lugar para conocer a un gran escritor. El lugar se llamaba Buffalo Bill y su decoración correspondía a lo que debía ser el lujo nocturno en la Rusia estalinista. Sonaban canciones de Bon Jovi, lo único que se podía beber era pésima cerveza y entre risas hablamos de muchas cosas: de Mishima, de Ginger en las rocas, de Voltaire y por supuesto de Raymond Chandler y de Dashiell Hammett. Y también de la novela que estaba escribiendo y que después tendría el título definitivo de El sastre de las sombras. De modo que cuando la novela llegó a mis manos, publicada por La pereza Ediciones supe, aún antes de abrirla, que estaba predestinada a ser lo que es: un interesante híbrido entre lo refinado y lo prosaico, entre la demencia y la lucidez, una brecha en la que el tiempo se disuelve en lodo movedizo, capaz de absorber por completo al lector.

Empezando por su protagonista: Maja o María Jimena me sedujo con su ambivalencia, ella representa esa dualidad implícita en la naturaleza femenina que se contrapone a la univocidad del concepto histórico del eterno femenino. A diferencia de otros personajes de la tradición literaria latinoamericana, su personalidad no es monolítica, no se agota en una faceta o en un estereotipo. Tiene un rostro doble, representa la dulzura, la inmanencia, la pasividad y la conformidad a las reglas de la buena educación de una alta sociedad políticamente correcta. Maja es todo lo que se podría esperar que fuese, pero también es lo opuesto. Es la transgresión, la mala educación, le infidelidad, el crimen y en una escena final en la que el autor sostiene en vilo la verosimilitud como un hilo tenso a punto de romperse, ella es incluso, la necrofilia. María Jimena fluctúa a lo largo de la novela entre una estética minimalista, clásica, que podríamos denominar postmoderna y que identifica a los miembros de la élite postcolonial y una estética kitsch, pre-moderna, que pertenece a los grupos sociales marginales, a aquellos que se vinculan con el universo de lo mestizo, de lo mulato, de lo impuro.

Otro aspecto que ha llamado fuertemente mi atención es el manejo del tiempo que no podría dejar de calificar como magistral. El tiempo en El sastre de las sombres es una substancia flexible al servicio de las necesidades narrativas de la trama. Se divide, se bifurca, se suspende, se abre hacia el pasado y hacia el futuro en una continuidad, que, si no fuese por el pulso firme del narrador, nos haría perder definitivamente en medio de las infinitas posibilidades de esa jungla tropical de tiempo construida por con pericia. En una misma página nos tropezamos con espacios plurales en los que los sucesos del pasado son en realidad, el futuro.

También quisiera mencionar otro particular que está relacionado con una tradición que inaugura Sade y que tiene en la tradición literaria estadounidense un magnífico representante en Easton Ellis. Rubén Varona, tanto como estos autores, usa la brutalidad, la obscenidad y el crimen para dejar al descubierto el esqueleto tenebroso de la realidad, para revelar la fealdad implícita en nuestro canon de belleza.

En este sentido, me atrevería a decir que Rubén hace una representación romántica del horror que se aleja de una afirmada tradición de representación realista de la violencia. En El sastre de las sombras el horror es gratuito, obedece a necesidades psíquicas del yo, no tiene relación con una necesidad social, sino únicamente con la realización de las potencialidades del ego individual. El transgresor de El sastre de las sombras no es un marginado social, es un antihéroe que a través del crimen ha emprendido una búsqueda de lo trascendental.

Quisiera continuar mencionando otros aspectos que han llamado mi atención y que se relacionan tanto con la energía de la fábula como con el rigor de la construcción de la trama. Pero creo que prefiero concluir mencionando que esencialmente El sastre de las sombras cumple con aquello que se espera de la buena literatura, es decir que, simplemente, gusta. La novela es capaz de proporcionar placer, emociones, expectativas. Logra borrar el horizonte de la realidad y de erguir ante nuestros ojos un mundo de palabras que hace translúcidos los confines de lo verdadero y de lo ficticio, y lo hace a mi juicio, con tan buena fortuna, que no me sorprendería encontrar un día por la calle, en el supermercado de la esquina o aún en Buffalo Bill, a Maja. Déjenme decirles que, en ese caso, me sobresaltaría de temor, más no de sorpresa.