
Rubén Varona: Polvo de Cordillera/Dust from the Mountain Range - Edición bilingüe (Español/Inglés)
Francisco Javier Gómez Campillo
La Raíz invertida
Junio 28 de 2024
Estoy casi seguro que este sorpresivo libro de poemas “Polvo de cordillera” (Gamar Editores, 2024), le hubiese gustado mucho a Johan Rodríguez Bravo (1986-2006), compañero generacional y amigo personal de Rubén Varona. Seguramente al autor de “Ciudad de Niebla” le hubiera complacido, por no decir que habría aprobado plenamente, la manera como un narrador, alguien a quien hemos conocido como narrador desde el principio ‒el primer narrador payanés que le apuesta a un género como la novela policiaca entre nosotros‒, un día simplemente decide hacer caso omiso a eso de si uno es narrador o uno es poeta, y escribe un libro de poemas cuya primera cualidad sobresaliente es que no se trata del libro de un narrador que de golpe decidió escribir poemas, sino el libro de un poeta que a lo mejor había estado viviendo durante muchos años a espaldas del narrador de novelas como “La hora del cheesecake” o “El sastre de las sombras” y que ahora, como si se tratara de la desenfadada travesura de un niño, emerge por fin justo en el momento de regresar a Popayán, su ciudad de origen, y dice: “Señores poetas, compañeros del verso, bardos en general de la Ciudad Blanca, espero no se molesten con ortodoxias ni se pongan demasiado recelosos con el oficio de poeta, pero me es urgente comunicarles que de ahora en adelante tienen que abrirme un nicho suficientemente apropiado dentro de la tradición de la poesía payanesa, en línea directa con figuras ya consagradas como Hilda Pardo, Carlos Illera Benavides, Felipe García Quintero, Marco Antonio Valencia, César Samboní, Víctor Rivera, Damián Salguero y algunos nombres más recientes de nuestro siempre fecundo parnaso”, para usar aquí una expresión un tanto anacrónica pero que conserva toda su delicia.
Por lo demás, creo que el gesto indicativo de Rubén Varona en su libro “Polvo de cordillera” no deja de ser oportuno y sobre todo inteligente en muchos sentidos. Así, por ejemplo, sin que el problema del regreso a Popayán constituya una tematización poemática que le otorgue cohesión estructural total a todos los poemas, no deja de ser significativo que el núcleo del regreso a la ciudad abra el libro con el poema “Línea cóncava”, que a su vez inicia con una declaración no exenta de una expresiva carga dialéctica: “Vengo de una ciudad de la que irse// siempre fue más fácil que estar lejos”. A partir de este poema inaugural puede decirse que el regreso a Popayán, sin ser el tema del libro, articula dos aspectos complementarios: la supresión temporal del alejamiento respecto a la ciudad, con la fundación de una proximidad gracias al particular poder del poema (su magia), que paradójicamente es posible gracias a la lejanía, tal y como ocurre con uno de los poemas más conmovedores del libro: “Meditaciones”, dedicado a su padre, y en el sentido de esta lejanía, “Polvo de Cordillera” puede ser descrito como la experiencia general de una lejanía vivida y como el espacio de posibilidad vital que esa lejanía abre.
Pero, además, hay un segundo aspecto no menos destacable: el movimiento que lleva a alguien cuyo proyecto literario se desarrolla en referencia específica a la novela tiene como cualidad implícita, no ser un libro de poemas de un narrador caprichosamente metido a poeta, si no un libro de poemas de un poeta que es poeta en el sentido no solo existencial, sino en el sentido específico y técnico que tiene está palabra, más allá de la mera compulsión expresiva. Esto quiere decir simplemente que “Polvo de cordillera” no solo está escrito en verso, sino que el verso de “Polvo de cordilleras” está escrito en verso, en autentico verso, o para ser más exacto, en una auténtica comprensión de lo que implica el verso (el manejo del verso) en la poesía moderna y contemporánea, la que va del último gira hacia lo coloquial de Rubén Darío y pasa por los poetas latinoamericanos del siglo XX, en especial Nicanor Parra y los nadaístas colombianos, entre otros, y llega diversamente modificado hasta nuestro días. No digo que Rubén Varona revolucione lo ya revolucionado tantas veces, sino que Rubén Varona comprende a fondo lo que técnicamente un poeta requiere a sus necesidades expresivas y lo demuestra incluso en el momento en que ya al final del libro decide incluir, como parte de un poema un tanto más extenso, un soneto imperfectamente perfecto.
No vamos a discutir aquí en este comentario amistoso el problema del verso libre o lo trillado o manido que a estas alturas puede resultar el versolibrismo, tanto como los vanos intentos de reacción a través del retorno anacrónico a la rima; solo quiero subrayar la cualidad poética del verso contemporáneo (de la comprensión contemporánea del verso contemporáneo) que Rubén Varona pone al servicio de la experiencia de un hombre inserto plenamente en la contemporaneidad, en la experiencia de una contemporaneidad siempre difícil y problemática, a través de temas como el regreso a la ciudad de origen, como ir al cine solo, como la experiencia de la muerte vivida a través de una llamada telefónica, como aquello tan frágil que puede estar pegado con cinta, como la cordial declaración de odio a los centros comerciales; o incluso, un poema cuyo tema es precisamente una novela que no pudo ser como novela pero cuyo germen quedo apresado como poema.
En el sentido de esta rápidas consideraciones, podríamos decir tentativamente que Rubén Varona aporta a nuestra tradición poética, no solo un dominio del verso que adapta con plasticidad a sus temas, sino la experiencia de ese hombre contemporáneo que experimenta el «mundo de la vida» según el término de Husserl, pero también aporta la conciencia que lo lleva o lo ha llevado a expresar su experiencia mediante un verso que solo es posible si se ha leído poesía y, en último término, que solo es posible si se es un poeta intuitiva y técnicamente capacitado.
Otra manera distinta de comentar “Polvo de cordillera” es por medio de algo que puede sonar a un exabrupto o una paradoja significativa: Rubén Varona podría ser catalogado como un poeta norteamericano nacido en Popayán. Esto, que tendría que ser mejor desarrollado a partir de la edición bilingüe de su libro, lo digo porque en sus poemas, me parece ver asimilada expresivamente esa especie de atmosfera mundana que se advierte en muchos poetas norteamericanos, sobre todo en la línea de poetas como William Carlos William o como Frank O´hora o un poco más recientes como Charles Simic; es decir, una determinada conciencia poética a través de la mirada de un poeta que es un hombre inserto en el mundo como movimiento, o inserto en los mundos que hay en el mundo en que vivimos.
De este modo pues, nos complace mucho saludar a Rubén Varona en virtud de la alegría que ha producido este libro breve y exacto que, por lo demás, aporta a la reciente poesía colombiana la conciencia de su propia tradición a través de la esencial ironía como una característica fundamental que distingue la experiencia poética moderna.